El único lugar seguro que nos queda es la oscuridad, de Warren Wagner

 


Todos sabemos que desde hace años lo que menos miedo da en una película de zombis son los propios zombis. Quizá el máximo exponente en este sentido sea The Walking Dead (los cómics, no tanto la serie), donde la lucha por la supervivencia se daba más contra humanos que contra infectados. En su ópera prima, El único lugar seguro que nos queda es la oscuridad, Warren Wagner va un paso más allá —y, como veremos más adelante, tiene una justificación magnífica al hacerlo así—: los zombis sienten y sufren; su cuerpo y autonomía han sido arrasados por un virus que los destroza por dentro y por fuera, y los obliga a alimentarse de carne animal; sin embargo, son conscientes de ello, les repele y, por eso, sólo ansían que los maten, dejar de sufrir en esa muerte en vida. El nombre que les da Wagner no puede ser más idóneo: los afligidos.

En los años ochenta y primera mitad de los noventa el sida castigó a los que lo padecían a una doble condena: la de la exclusión social (“una enfermedad de viciosos y drogadictos, apestados de la sociedad” escuché no pocas veces en mi Algeciras natal) y la de una muerte segura. La cerrazón de mente, la ignorancia y, sí, la homofobia, estigmatizó a los homosexuales —no pocos creían que la enfermedad sólo la portaban ellos— y enclaustró a los enfermos. El VIH desgarraba por dentro y aislaba a las personas que padecían su destrucción sin poder hacer nada en contra. De nuevo, un virus creaba afligidos, zombis, muertos en vida otra vez para una sociedad que les daba la espalda.

Pero aún queda otra clase de afligidos: la de las parejas de los que murieron de sida, aquellos que vieron inermes extinguirse la vida de aquellos a los que más querían, una existencia que incluso en ciertos momentos deseaban que dejase de torturarles física y mentalmente. Los supervivientes a veces vivieron esa muerte como doble: la del ser amado y la de su propio futuro. Un zombi, un no muerto, un muerto en vida, por tercera vez.

Cuando yo muera, él morirá.

La genialidad de Wagner es unir en una novela de apenas ciento cincuenta páginas (en otro formato no llegaría ni a las cien, me atrevo a decir) estas tres situaciones y dotarla de mucho terror (hay escenas muy crudas), de supervivencia ante los zombis (a todas horas), pero donde lo que más importa son los sentimientos afectivos, el amor, la memoria y la lucha por la dignidad.

Narrada en dos tiempos distintos, que se alternan constantemente sin separación —quizá para realzar aún más la semejanza entre los dos tiempos—, el protagonista, Quinton, un cincuentón gay VIH positivo, lucha en el presente por sobrevivir a su enfermedad en medio de un apocalipsis de afligidos. En su búsqueda por el medicamento que le ayude a no ser abatido por la enfermedad se le une Billy, también en la cincuentena e igualmente gay y VIH positivo. El nombre del medicamento es Combivir y, cosas de la homofonía, suena igual que convivir, que es precisamente lo que necesitan estas dos personas que arrastran un pasado demasiado triste que les oscurece su presente. intercalada a esta narración, la de un hecho trascendental del pasado: la fase final más de una veintena de años antes de la relación de Quinton con su anterior pareja, Frankie, enfermo de sida.

Dos amenazas reales, tan distintas, tan iguales copan las dos partes. Las dos son tratadas con un lenguaje directo, frases cortas, muchos puntos y narración trepidante. El tono empieza siendo seco, cortante. Hay acción, mucha acción. Escenas sin transición. Sin embargo, frente a toda esta vertiginosidad, los sentimientos que afloran, las conversaciones desde el corazón y la compresión son lo que realmente hacen acelerar el corazón del lector.

Dimensiones Ocultas ha vuelto a publicar, tras Cabezales Sucios, de Aaron Dries, una novela sobre la identidad sexual y la lucha por su dignidad. Todo ello relatado de una manera sublime, sin dar lecciones evidentes o mostrarse combativo, pero diciendo verdades como puños. Otro tipo de terror es posible.

Vivían para los que habían perdido. Hasta que pudieron volver a vivir para sí mismos.

Información de la contraportada:

Quinton, un hombre gay VIH positivo, vive en una cabaña alejada en el bosque. Una serie de sucesos aterradores le obligarán a salir y a unirse a Billy, en la búsqueda de los medicamentos retrovirales que les permitan sobrevivir en un mundo… lleno de zombies.

El único lugar seguro que nos queda es la oscuridad ha sido alabado por la crítica debido a su ritmo rápido, la exploración de la memoria y la supervivencia, y la representación de personajes queer.

«Un grito crudo y primordial resuena en cada página de El único lugar seguro que nos queda es la oscuridad, de Warren Wagner. Es el grito de una voz nueva, emocionante e impresionante, en la ficción de terro. Engañosamente inteligente y ferozmente brutal, la asomborsa novela de Warren Wagner es un testimonio de la supervivencia LGTBIQ+ contra todo pronóstico: una celebración sangrienta y empapada de originalidad». Eric Larocca, autor de Las cosas han empeorado desde la última vez que hablamos.”

Datos técnicos:

El único lugar seguro que nos queda es la oscuridad (The only safe place left is the dark). Warren Wagner, 2023.

Editorial: Dimensiones Ocultas, 2024.

Traductor: Roberto Carrasco Calvente.

Ilustrador de portada: Campbell King.

Rústica.

Número de páginas: 156

P.V.P.: 13,95.

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