Hermana muerte, de William Gay
Abro el libro y leo la nota biográfica. Está tan bien escrita e
interesante que cierro el libro. Busco imágenes e información de William Gay.
Abro el libro de nuevo, leo «Un fuego encendido», el prólogo de Tom Franklin. Es tan íntimo y personal que de
nuevo dejo el libro y me pongo a investigar más sobre el autor. Me ha dejado
fascinado, hechizado. No vuelvo a tomar el libro hasta la tarde, porque sé que
en cuanto empiece, no lo voy a soltar.
William Gay (1941-2012),
de familia de aparceros, conflictivo, soldado en Vietnam, en el ojo de la policía,
currante de todo con sus manos durante el día: carpintero, instalador de
paneles de yeso, pintor; y tecleando a toda pastilla con sus dedos durante la
noche. Así llega la comida a la casa para los hijos; cuando estos se van, también
lo hace él y vive en un tráiler y, más adelante, en una cabaña en el bosque.
Siempre el campo, en su compañía y durante la noche, siempre teclear. Sus siguientes
palabras no pueden describir mejor la nostalgia por la vida tradicional del sur
de Estados Unidos: «El sur ha cambiado y extraño la época en que era realmente
rural y menos como el resto del país. No me malinterpretes, había muchas cosas
malas al respecto, como el racismo y cosas así, pero también había cosas
buenas. Creo que mucha de nuestra cultura se ha ido para siempre»[1].
¿Por qué me he
detenido tanto en la vida del autor, cuando no suelo hacerlo en mis reseñas?
Porque hay mucho de él en el personaje principal de Hermana Muerte, David
Binder. Ambos tienen que trabajar para poder escribir, ambos lo hacen de noche
y dejando de lado a su familia, ambos —me atrevo a pensar— deciden escribir una
novela de terror para salir al paso con una encargo rápido, dinero fácil, pero
mientras que a Binder ello le lleva a vivir en la tierra donde ocurrió el
material sobre el tiene intención de escribir y se dedicará a investigar, pero
no llegará (¿o sí?) a más allá que bosquejarla, William Gay, en un triple salto
mortal hacia delante, hace que su novela no se centre tanto en la historia de
terror original —a la que, no obstante, dedica una parte—, sino en la relación
del escritor con la casa en la que se produjeron los hechos, en la de esta con
su familia y en la de ellos con la gente del pueblo. El terror se deriva de lo que
le pasará en su interior mientras pasa allí el verano. ¿A quién nos sonará? ¿Stephen
King-Jack Torrance en el Overlook? Sí, pero no. De él toma —me atrevo a pensar,
otra vez—, además de cierta herramienta, la obsesión del padre que le lleva a
dejar de escribir, su conexión con su, en este caso, hija, Stephanie (¿homenaje
en el nombre?), que parece tener el resplandor y que, como Danny
Torrance, tiene gestos y respuestas más de adulto de que de niño, y la esposa
atribulada que teme por la seguridad de su familia y la estabilidad de su marido.
Pero aquí se acaban las semejanzas, porque parece que William Gay, en esa apuesta
por escribir una novela de terror, tira de todos los tropos, sí, pero deja de
lado el cargar las tintas en las escenas de terror para realmente asustar de
una manera más sutil con el ambiente, las reflexiones, la mirada del
protagonista.
De hecho, lo que menos le importa a Gay es el argumento, de ahí que coja
como base una de las leyendas de fantasmas más conocidas de los Estados unidos,
la de la leyenda de la bruja de Bell de Tennessee, y apenas le dé una pátina
nueva; eso sí, pintura nueva, objeto realzado. Para más inri, la parte final
del libro, “La reina del valle embrujado”, se dedica a la recolección la
documentación y explicar en qué consiste esa leyenda de principios del XIX. No,
repito, eso no es lo que más le interesa, y de ahí que el final de la novela no
sea para nada climático, sino más bien una escena de transición, porque lo peor
está por llegar y que el lector se lo imagine es mucho más angustioso que el
que lo lea. Una decisión difícil, pero que se convierte en un cierre excelente.
“No había vuelta atrás, pero lo peor era saber que, aunque la hubiera,
él no movería ni un dedo”.
Pero, entonces, ¿qué es lo que impresiona de Hermana muerte?
En primer lugar, la descripción de ambientes. Pocas veces he visto días
sofocantes, atardeceres azulados, terrenos, vegetación o animales mejor
descritos que los de Gay. La tierra se hiende mientras leemos, los maizales nos
raspan con sus hojas, el chotacabras alza el vuelo, el arroyo congela y al
lector le extraña estar en el sofá y no en mitad de ello.
“Oyó el agua que corría por el fondo. Coronó el terraplén y salvó los
postes de la cerca. Al adentrarse en el prado, sintió que las enredaderas de
campanitas y los arbustos de zarzaparrilla tiraban de él. El agua le llegaba a
los tobillos. Tenía un aspecto turbio y engañoso, era imposible determinar su profundidad,
y por un momento, el prado yerno se tornó siniestro”
La palma se la lleva el cobertizo,
acojona. Gay hace lo imposible, encontrarle tonalidades al negro, matices a lo
absoluto.
“Apartó la hierba crecida con la mano, solo vio el terreno arcilloso y
negro empapado de lluvia. Encogido en la oscuridad sintió que se hallaba ante
una puerta y que la locura estaba alzando la mano para llamar. La locura
llevaba un tiempo olisqueando sus huellas como un perro indeseable. La locura
iba a escoltarlo durante el resto del camino, aferrándose a él y susurrándole
secretos adúlteros al oído.”
Esto nos lleva a un segundo punto, lo que el ambiente, la casa, el cobertizo,
llega a influir en el protagonista y en su obra.
“Al final es uno mismo el que deja entrar esas cosas. De algún modo,
él las había dejado entrar, y la idea de su complicidad en aquel allanamiento
le resultaba más aterradora que la propia acción”
Binder ya no está documentándose para un libro, está siendo el libro a
sabiendas y temiendo lo que le va a pasar. La casa ya no es el lugar que él
habita, sino que, en un giro copernicano, la casa lo habita a él.
“Ahora dormía cuando la casa dormía, como si sus ciclos se hubiesen sincronizado
de un modo extraño, se echaba alguna que otra siestecilla a lo largo del día,
se amodorraba en las tardes calurosas y mansas con el perfume de las
madreselvas. Sabía que en aquel momento la casa estaba despierta, podía
plantarse en su centro y sentir su corazón batiendo a su alrededor, acompasado
al suyo, tomando aliento cuando él lo tomaba, sentir cómo fijaba su atención en
él, alerta y concentrada como un gato al acecho de un pájaro con un ala rota”.
En este aspecto, el siguiente párrafo me pareció digno de ser corolario
de la infestación de una casa hacia una persona:
“Lo horizontal parecía ligeramente desnivelado, lo vertical un pelín
fuera de plomada. Quizá en ese desajuste radicase el origen de todo; un ojo
permanentemente engañado y un cerebro ocupado constantemente en revaluar tales
imágenes podían acabar buscando refugio en la locura, a modo de consuelo”.
¿Esta reseña te ha dejado frío? ¿Adolece la novela de escenas
impactantes? Créame, es gótico sureño, hay un par de escenas que te dejará tiritando.
Y eso no se consigue muchas veces.
Información de la contraportada:
«Ya nadie recoge el
maíz y los cimientos de la casa original han sido invadidos por la maleza. Los
barracones de los esclavos hace tiempo que se vinieron abajo y los vestigios
del cementerio familiar ya casi ni se ven. Solo se mantiene en pie el viejo cobertizo
y la casa nueva, de la que los actuales propietarios no quieren saber nada.
Llevan años intentando venderla, pero no hay manera. Allí ocurrieron cosas. Hay
testimonios. La maldición de la casa Beale. Hasta se publicaron libros y
artículos sobre el tema. Dos páginas en la revista Life. Un legado de
sangre y violencia que, aún hoy, sigue atrayendo a los morbosos. Los del
pueblo, sin embargo, no se acercan. Saben que lo mejor es no trastear con esas
historias, dejar el bosque en paz, y así se lo advierten a David Binder, que
acaba de alquilar la propiedad de los Beale con su mujer y su hija. Binder
intuye que en la leyenda de Virginia Beale, «la Reina de las Hadas del Valle
Embrujado», hay buen material para la novelucha de género que, según su agente,
le hará salir del bloqueo en el que lleva sumido desde el éxito de su ópera
prima. Pero hay miedos mucho peores que el pavor a la página en blanco, y el
proyecto de Binder no tardará en convertirse en una obsesión devastadora. «Si
alguien aporrea la puerta en mitad de la noche, no abra. Si alguien llama por
teléfono, no lo coja. Al final es siempre uno mismo el que deja entrar esas
cosas.» Aquel viejo de la plaza sabía de lo que hablaba. La casa no los quiere
allí.»
«Una mezcla de
Flannery O’Connor y Stephen King…, como si Faulkner hubiese escrito El resplandor.»
Kirkus Reviews.
«William Gay es puro
Gótico de Tennessee. Es lo que habría sido Cormac McCarthy si se hubiese
quedado en Tennessee escribiendo sobre asesinato, incesto, necrofilia y amor en
bosques remotos. Es difícil dar con una escritura tan oscura que sienta tan
auténtica.» James Franco
Datos
técnicos:
Little
Sister Death. William Gay, 2015.
Editorial:
Dirty Works, noviembre 2023
(2º ed. Febrero 2024)
Prólogo:
Tom Franklin.
Traductor:
Javier Lucini.
Ilustrador
de portada: Antonio Jesús Moreno «El Ciento».
Diseñador
de portada: Nacho Reig.
Tapa
blanda con solapas. 14 x 21 cm.
Número
de páginas: 240.
PVP: 24,40€.
[1] Cita
sacada del artículo de J. J. Maldonado, “El
hogar eterno, de William Gay: vigencia del sur
estadounidense” (2), publicado en la revista Jotdown (17/V/2024).
Comentarios
Publicar un comentario