Sherlock Holmes y los sirvientes del infierno, de Paul Kane

 


Para alguien como yo, cuya niñez transcurrió en la década de los 80, por muchos de sus relatos y novelas que haya leído, y muchas series y películas vistas, lo primero que le viene a la cabeza al oír Sherlock Holmes es: “Es un detective de lo más singular, sigue cualquier pista hasta dar en el clavo, Sherlock Holmes es el único y genial”. Ahora bien, si lees Sherlock Holmes y los sirvientes del infierno, de Paul Kane, editado por Dimensiones Ocultas, la alegría de la canción y los colores de Miyazaki se vuelven disonantes y tenebrosos, como si de una cinta de celuloide y su crepitar al quemarse rápidamente se tratase —por cierto, la culpa de que oigamos perfectamente ese chasquear y olamos el humo del fuego es de Luis M. Cuena y su más que ajustada traducción—.

Por lo pronto, me quito el cráneo ante la premisa genial de Kane: el detective más perspicaz contra un misterio irresoluble; el paradigma del método inductivo contra lo irracional; la mente más capacitada para continuar cualquier silogismo, el ser más mayéutico —con ayuda de Watson— contra lo irracional, la pasión, lo antinatural.

¿Cuál es ese misterio indescifrable? La desaparición de una persona sin dejar ni rastro en una habitación con la puerta cerrada por dentro. Una vez que conocemos el nombre del desaparecido, Frank Cotton, se nos aparece directamente en la mente la caja Lemarchand de El corazón condenado (Hellraiser), de Clive Barker, y nos preparamos para la parte oscura, la sangre, el dolorplacer-el placerdolor, los cenobitas. Maldita seas, Paul Kane, me has enganchado.

Caigo en la cuenta: Sherlock Holmes, por su relación con las drogas, deviene en la víctima perfecta de la caja por su búsqueda del placer y por hostiarse —de “ser una hostia”, una víctima redentora, pero también de “recibir golpes”— con lo que sería su castigo máximo: el recuerdo de sus fracasos como detective; es decir, sus dos mayores debilidades unidas. Kane, ¿cómo demonios se te ocurrió esto?

“Por supuesto. La primera vez siempre es un poco incómoda. Pero, una vez que se lancen, estoy seguro de que experimentarán placeres como nunca han experimentado.

En ese momento se oyó un fuerte chasquido de látigo y mi atención se centró en un hombre inclinado sobre una mesa, recibiendo fuertes latigazos. “Y también dolor”, pensé haciendo una mueca, aunque aquí parecen ser lo mismo”.

 

Continúo leyendo la novela como si fuese el caso definitivo de Sherlock Holmes. Como la historia se desarrolla tras el regreso del detective de aquel funesto enfrentamiento con Moriarty en las cascadas helvéticas de Reichenbach, me pregunto qué me espera ¿una segunda muerte, la definitiva? Y si no lo es, dado su oponente, ¿sí su transmutación total? Paul Kane, experto en su oficio, sabe demorar lo suficiente el enfrentamiento entre la Configuración del Lamento y el detective, despliega poco a poco la narración, sin excederse en los detalles descriptivos ni adelantarse en los acontecimientos; maneja perfectamente el tempo de los pasos detectivescos para que cuando suceda lo que hemos estado esperando, lo anhelemos, porque sabemos que más allá nada puede haber. Y así es, tras el clímax de la investigación, el colofón de la novela presenta un cambio radical en sus formas y contenidos para convertirse menos en Holmes y más en Hellraiser y lo infernal. Paul Kane, ¡yiiija!

“Más que una organización criminal: fanáticos dedicados a las virtudes del dolor. ¿Y su líder? Alguien conocido solo entre susurros como el “Ingeniero”. Fue esto, más que nada, lo que provocó que Holmes volviera; de lo contrario, podría haber permanecido “muerto”. Este era su propósito, algo que haría que su existencia mereciera la pena”.

 

Sherlock Holmes y los sirvientes del infierno ofrece una estructura tripartita: la primera, llamada Watson, presenta los casos de las desapariciones, tanto de las víctimas como del regreso del detective tras su “muerte”; una segunda, titulada Holmes, donde se avanza en los casos y se profundiza en el mundo cenobita; y una tercera, denominada Holmes y Watson, pero que podría haber tomado perfectamente el nombre de otro personaje de los relatos de Doyle, y que es donde se desatan los enfrentamientos definitivos.

Usted está donde tiene que estar. Donde siempre quiso estar, señor Sherlock Holmes.”

 

En el debe de Sherlock Holmes y los sirvientes del infierno, debemos contar, irónicamente, el conocimiento profundo del autor de ambos mundos, pues en no pocas ocasiones las referencias a casos y personajes de los relatos de Holmes y de las películas de Hellraiser parecen, más que pertinentes, una inclusión forzada para agradar a los seguidores o para ilustrar redundantemente la novela (entre ellos, Irene Adler, el inspector Lestrade, Mycroft o muchos de los cenobitas a los que, como un catálogo de guerreros, apenas se les nombra). De todos modos, no es algo que me moleste, al contrario, lo agradezco porque soy un gran seguidor y, además, el hecho se antojaría más grave, si no fuese porque otras participaciones, como la de Mary Morstan y Moriarty, son fundamentales y están muy bien ensambladas en la trama. A tus pies, Paul Kane.

En el haber, mucho mayor que el debe, está la ya referida genialidad de la idea y la unión tan bien engrasada de los dos ambientes; de hecho, tras leer la novela, quedo convencido de que el Londres de finales del s. XIX son el lugar y la época perfectos para El corazón condenado. Por otro lado, y no es contradicción con lo dicho en el párrafo anterior, sino la otra cara de la hoja, la comprensión completa que tiene Paul Kane de las obras de Conan Doyle y de Barker (y su saga cinematográfica) le hace tomar de una el relato detectivesco y el sentido de la aventura, y de la otra, la ambientación, la espesura, el masoquismo y la negrura, para hacerlos avanzar a la par y desembocarlos en algo nuevo, de su propia cosecha, desatado; un enfrentamiento entre los Jets y Sharks del averno, los Riffs y los Warriors del inframundo, un Mad Max tartáreo. ¡Lamadrequeteparió, Paul Kane!

Es ahí, en esa tercera parte, donde quedaría de lujo la imaginación mastodóntica de Miyazaki: “al caso más difícil puede dar la solución, pregunta, investiga, es astuto y sagaz”.

Información de la contraportada:

“EL MEJOR DETECTIVE DEL MUNDO ENTERO SE ENFRENTA A LOS MÁS TEMIBLES VILLANOS. Finales de 1895, Sherlock Holmes y su fiel compañero, el doctor John Watson, deben investigar un caso de desaparición. A primera vista, parece un misterio con el que Holmes podría deleitarse, ya que la persona en cuestión desapareció de una habitación cerrada con llave. Pero esto es solo el comienzo de una investigación que pondrá a la pareja en contacto con una organización en la sombra, de la que se habla en susurros, conocida como la “Orden de la incisión”.

A medida que desaparecen más personas de forma similar, las pistas apuntan a un siniestro manicomio en Francia y a los bajos fondos de Londres. Sin embargo, Holmes pronto descubrirá un submundo totalmente distinto, ya que se enfrentará no solo a los seguidores de la Orden en la Tierra, sino también a aquellos que la sirven en el Infierno: los Cenobitas. La aventura más extravagante de Holmes hasta la fecha, una que ha permanecido en secreto hasta ahora, le lanza de cabeza al famoso universo Hellraising de Clive Barker… y las cosas nunca volverá a ser como antes”:

Datos técnicos:

Sherlock Holmes y los sirvientes del infierno (Sherlock Holmes and the Servants from Hell, Paul Kane, 2016).

Editorial: Dimensiones Ocultas. Mayo, 2024.

Introducción de Barbii Wilde.

Traductor: Luis M. Cuena.

Ilustrador de la portada: Chris Moore.

Tapa blanda. 15 x 21 cms

Número de páginas: 384.

PVP: 22,00.

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