El morador, de Daria Pietrzak

 


En el haiku —esos poemas brevísimos que tratan del instante y del todo—, mandan los cánones que ha de haber una palabra que remita a la estación del año: algún fruto, la nieve, el calor, los árboles, etc. Leyendo El morador, en más de una ocasión el sabor de los haikus se me aposentaba en los labios —un sabor terroso y tenebroso, por supuesto—, pues la prosa de Daria Pietrzak te ubica en un medio natural concreto, sin abstracciones, y a través de su estilo, ubérrimo de textura, olor, sabor, sonido y cromatismo, ya sea por medio de descripciones reales ya con sugerentes metáforas, el negro sobre blanco de las páginas se transforma en una experiencia sensorial completa. Ello, en una primera novela, resulta asombroso.

Pero el aire que saboreó era como el polvo depositado sobre una tumba, seco y descompuesto, igual que el cadáver viejo y olvidado al que da sepultura”.

 

Por otro lado, la realidad a la que nos lleva el haiku es predominantemente rural: las posadas, los caminos, el bosque, la soledad, el cielo abierto... Y este es un segundo punto que comparte con El morador, cuyo escenario principal resulta una casa alejada del pueblo y de cualquier vecino, ubicada sobre una colina rodeada de flores cuyo terreno tiene una presencia constante. Es un aspecto este donde fijar un segundo punto de fuente literaria de la novela: la leyenda, el cuento de hadas, el folclore, que tanto tienen que ver también con lo telúrico, y que asoma de una manera más que evidente dentro de El morador. Un cuento de hadas, por supuesto, también terroso y tenebroso; a fin de cuentas, ¿qué cuento de hadas no lo es?

Aún quedan fuerzas ocultas en las montañas, poderes que un hombre puede invocar si sabe a quién acudir y dónde buscar. Y yo conozco ambas cosas”.

 

Finalmente, el tercer vértice de este triángulo literario es el de las casas encantadas del relato de terror. Y es en él donde la naturaleza de este delta se retuerce, pues debiendo ser el más lóbrego y horripilante, irónicamente nos llega más luminoso, con los momentos más conmovedores. ¿El motivo? Una casa es quienes la habitan, y la granja familiar de El morador es el lugar de los recuerdos más entrañables que nadie pueda tener: el de las vacaciones estivales de una niñez junto a sus abuelos.

La granja había perdido la magia que sus recuerdos habían tejido alrededor del lugar, y se veía desnuda, sin alma, un cascarón vacía de vida y de cualquier rastro de humanidad”.

 

 En cuanto a la estructura dos dobles ejes paralelos articulan el relato, el de abuela-hija (los hombres en El morador sólo son protagonistas por su ausencia). En el primero de ellos, Lis regresa a la casa de su abuela, recientemente fallecida, con quien ella y su hermano disfrutaban las vacaciones escolares. La elegancia es la constante en los saltos temporales del relato mientras la protagonista recorre las habitaciones de la granja y sus recuerdos, preñados de nostalgia, le traen al presente la ausencia de su abuela, que despierta en el lector una serie de emociones tan cálidas y acogedoras como nerviosas y desasosegantes son las reacciones que provoca otra presencia actual que fue les (y, por tanto, era ausencia) en la niñez.

Era la impresión que dejaba en ella aquella aparición, como una huella en su interior, algo ajena a ella misma y que no había experimentado hasta entonces; un sentimiento de vacío y desesperanza, que le retorcía las tripas con solo imaginar el tacto de aquellos quitinosos dedos sobre su piel, algo en lo que no podía dejar de pensar. Pero, entonces, ¿por qué siempre aparecía dentro de casa, como uno más de la familia? ¿Y por qué tenía la impresión de que buscaba constantemente a alguien con su invisible mirada?

Prestan su simbolismo a estos dos tiempos entremezclados, a este pasado que perdura —porque el recuerdo es imperecedero, se va desvaneciendo, pero permanece—, las flores que tardan en marchitarse, pero que se resecan y terminan por hacerse polvo al tocarlas, solo para volver a regenerarse.

Una segunda parte de la novela contiene, de nuevo, dos relatos. A diferencia de los anteriores, no se desarrollarán a la par, sino que Daria Pietrzac elige para su narración una estructura de historia dentro de la historia, que entronca directamente con las narraciones orales tradicionales y que, por ello, es la más idónea para tratar el origen de la naturaleza oscura de la casa y su morador. Eso sí, al igual que con la parte anterior, entenderemos cómo, desgraciadamente, las leyendas también tardan en desaparecer, si lo hacen, o se regeneran.

Solo que él no venía a comer de mi cuerpo ni a matarme, probablemente, pero quería algo de mí, y siempre he pensado que era algo mucho más valioso que mi propia vida y, por consiguiente, mucho más horrible. Pero, al mismo tiempo, me asaltaba la idea de que seguía esperando, que yo no era más que un entretenimiento en su interminable existencia”.

 

 Una historia de presencias y ausencias, de perdurabilidad y desaparición, del pasado en el presente.

 

Información de la contraportada:

“RECORRER LOS SENDEROS QUE CONDUCEN AL PASADO NO SIEMPRE LLEVA A DONDE QUISIÉRAMOS IR.

Cuando Lis regresa a la granja familiar tras una prolongada ausencia para dar un último adiós a su abuela, no estaba preparada para enfrentar el aterrador secreto que había permanecido encerrado entre sus cuatro parees durante todos aquellos años. A medida que se sumerge entre los recuerdos de su infancia en busca de respuestas, comienza a comprender que su vida, y la de su abuela antes que ella, ha estado marcada desde el principio por una sombra, una presencia constante, desconocida y perversa, surgida de la oscuridad de primitivas leyendas y mitos. Un ente reclama su cuerpo y no la dejará marchar.

Lis tendrá que resistir para no sucumbir ante el influjo de un ser que tratará de devorar su carne y poseer su mente, y luchar para conservar la cordura mientras se precipita de lleno en un mundo de dolor, perversión y rencor.

Esta es una historia de brujas antiguas y nuevas, de maldiciones que viajan a través del tiempo, pasando de una generación a la siguiente como una cruel herencia, y de seres demoníacos, más ancianos que el mundo que habitan, que moran entre nosotros como un huésped indeseado, infectando nuestras almas y corrompiendo nuestras vidas.”:

Datos técnicos:

El morador. Daria Pietrzak. Febrero, 2021

Editorial: Dilatando Mentes.

Prólogo de Guillermo Mas.

Postfacio de Santiago Gª Solans.

Ilustrador de la portada: Raul Ruiz.

Tapa blanda. 14,68 x 21 cms

Número de páginas: 302.

PVP: 18,95.

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