Deberías haberte ido, de Daniel Kehlmann.
No se puede escribir una
reseña sobre este libro. No sé escribirla, nadie podría. Y por una razón
aplastante: Daniel Kehlmann no sabría describir qué ha escrito, sobre qué ha
escrito. Porque no se puede restringir lo inefable, lo incognoscible no puede ser
apresado con palabras. Es como describir el Tiempo; ya lo escribió Agustín de Hipona (aunque no sé si la cita es apócrifa): “¿Qué
es el Tiempo? Si no me lo preguntan lo sé. Si me lo preguntan lo ignoro”. No
obstante, sí pueden ser de ayuda otros recursos para aquello que no podemos definir, limitar o aclarar, como,
por ejemplo, rodear, intuir, imaginar, espolear la mente. Y aquí sí, Kehlmann
es, perdón por la contradicción, certero en lo inasible.
Dicho
esto, vamos al grano: un guionista y una actriz; llevan años casados. Lo
suficiente como para estar casi hastiados el uno del otro. Si a ello le sumamos
que él, cuya segunda parte de su mayor éxito, Mejores amigas, se le
resiste en la escritura, tiene un complejo de inferioridad intelectual frente a
su mujer, además de actriz, filóloga alemana y clásica y conocedora de la
literatura (la de verdad, no sus escritos); y, por contrapartida, ella está
harta de que él le recuerde que sus guiones pagan la casa y se la intuye temerosa
de que a cierta edad empiecen a escasear ofertas de trabajo, la crisis conyugal
está servida. El tercer vértice es su hija pequeña, que añade crispación a la
situación. ¿Solución? Vamos a una casa aislada en las montañas para calmar la
situación y que él pueda terminar —mejor dicho, empezar— el guion que ya le
apremia el productor. Tres personajes que no se caen bien entre ellos, tampoco
al lector ni, estoy convencido, al escritor. Los problemas están servidos.
“Es el lugar en
sí mismo. No es la casa. La casa en sí misma es inofensiva, simplemente está
donde no debería haber nada”.
Pero
no estamos ante un libro sobre una ruptura de pareja ¿o sí? Sucede algo
extraño, oscuro, que se advierte ya desde la misma sombra que proyecta el
edificio en la portada: ahora bien, si todo empieza con ciertas escenas que
podrían ser de casa encantada que afecta al escritor (véase El resplandor)
o de escritor que está perdiendo el equilibro mental (véase, otra vez, El resplandor),
cuando uno termina sus escasas ciento treinta páginas —y, por las dimensiones
del libro, en otro formato no llegaría ni a las cien— y deja el libro sobre la
mesilla de noche, lo hace sólo para volver a cogerlo y releer las últimas diez
páginas, darles dos vueltas más y volver a cerrarlo. Cree que lo ha entendido.
Veinte minutos después volverá a cogerlo y lo revisará de principio a fin, y
entonces sí, se dará cuenta de que no lo ha entendido. Cierra, ya sí definitivamente,
el libro, apaga la lamparilla, y sonríe: qué maestro, Daniel Kehlmann, qué bien
ha hablado de lo inenarrable.
“También
eso del ángulo lo entiendo mejor ahora. No es fácil de explicar con palabras.
Al menos, no con estas palabras. Con palabras nuevas se podría. Pero ¿para qué
molestarse? Si digo que además de las tres dimensiones hay que imaginar que
existen otras tres por el otro lado, o más bien desde dentro… Pero ¿a
quién se lo voy a explicar? ¿A los otros, que también están aquí? Ellos ya lo
saben desde hace mucho, saben mucho más”.
A
partir de aquí, uno se pregunta: ¿es la casa una casa o es la cabeza del
escritor? ¿El interior de su cabeza comprende la casa? ¿Hay un terror real,
entendido este como fenómenos físicos? ¿Hay un terror existencial, entendido
éste como interior? ¿El escritor es uno o muchos? ¿Se desgaja la realidad
fractal? ¿Se destroza en cristales reflectantes la mente? ¿Esos muchos son uno
mismo en distintos tiempos? ¿Qué podemos intuir de esa redacción en primera
persona? ¿Ese espacio y tiempo son únicos?
¿Muchos
interrogantes? Más te quedarán tras la lectura; cuantos más, mejor. No es fácil
escribir una obra sobre lo que no se puede explicar. Pero Kehlman lo logra.
Vale, pero ¿cómo? Con una prosa limpia, frases breves, claras, pero, de
repente… una frase cortada, una imagen que no encaja; con una narración que
salta de lo que sucede en la casa a los apuntes del guion que realiza el
protagonista, y donde una frase que debería ir sobre el ordenador aparece en la
vida del matrimonio. Extrañeza. Con un surrealismo que se mezcla con la ciencia
ficción, con el terror, con la psicología, con algún tinte kafkiano, cierto
toque expresionista alemán cinematográfico (sí, sus ángulos de noventa grados
no lo son, ya lo entenderás). Todo muy bien agitado para que los ingredientes
queden muy bien camuflados en este cóctel que se bebe con placer de un trago y
te deja un sabor que te va a acompañar mucho tiempo.
Y
cuando te pregunten si te gustó no dudarás en decir que sí, pero si te preguntan
qué lleva, no sabrás qué responder.
Apago
la lamparilla, que había vuelto a encenderla.
Información de la
contraportada:
“Un
guionista en plena crisis creativa y conyugal acaba de llegar ―acompañado de su
mujer y de su hija― a una flamante casa de montaña. Es diciembre. El frío
blancoazulado de los glaciares, los bosques ocultos por una espesa bruma, el
fluir de un río y un profundo y silencioso valle prometen, al fin, un nuevo
comienzo. Una nueva oportunidad para finalizar un guion que se le resiste y
para intentar reconciliarse con su mujer.
Sin embargo, algo pasa en la casa.
Poco a poco los contornos de la realidad comienzan a difuminarse y lo que
parecía una escapada idílica se convierte en una inquietante espiral de
comportamientos disfuncionales.
Deberías
haberte ido es una lectura sobrecogedora.
Un relato claustrofóbico donde la realidad se tiñe de surrealismo y el terror
no se presenta con sobresaltos, sino como un siniestro sueño cuyas piezas no
acaban de encajar.”
Datos técnicos:
Deberías haberte ido (Du hättest gehen
sollen). Daniel Kehlmann, 2016.
Editorial: Penguin Random House, 2024.
Traductor: Helena Cosano Nuño.
Tapa blanda. Dimensiones: 11 x 19 cms
Número de páginas: 136.
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