Teseo en llamas, de Beatriz Alcaná

 


«La vida se le pasa a uno leyendo la Odisea, aunque no lo sepa, aunque no haya abierto nunca ese libro, o ningún otro libro». No recuerdo quién dijo esta cita, pero lleva conmigo más de dos décadas y creo en ella a pies juntillas. Toda la literatura occidental remite a la mitología clásica en variaciones más o menos concéntricas, más o menos alejadas y más o menos acertadas. Teseo en llamas no es una excepción, pero sí un ejemplo notable, pues Beatriz Alcaná, aunque deja bien clara su inspiración desde el propio título de la novela, como todo buen prestidigitador, cuanto más diáfano comienza el truco, más sorprendente resulta su final. Es decir, la fuente clásica pone la cocina, los recipientes y los ingredientes, pero el guiso es tan novedoso y original, que resulta igual de  apetitoso para aquellos que conocen el mito y las versiones teatrales como para los que no sepan nada del asunto. (Nota bene: no pequen de curiosidad ni de hybris —volveremos sobre estos dos conceptos—; si no saben quiénes fueron Teseo, Fedra o Hipólito, no deseen ser más listos que nadie y no investiguen acerca de ellos hasta que hayan devorado Teseo en llamas; lo agradecerán. Eso sí, en cuanto hayan cerrado la novela, buscad información; seguirán agradeciéndolo).

Eurípides (s. V a.C.) para su tragedia Hipólito tomó de la mitología la historia de Teseo, Fedra e Hipólito y creó uno de los más concupiscentes caracteres femeninos de la Antigüedad; Racine y Unamuno en sus homónimas Fedra (1677 y 1910, respectivamente), la renovaron para penetrar a golpe de pluma en su psicología; en un tercer escalón de esta gradación, la lamentablemente casi desconocida Halma Angélico (pseudónimo de Mª Francisca Clar Margarit), teniendo bien presente tales ilustres precedentes, la retorció y creó en La nieta de Fedra (1929) una punzante reflexión crítica sobre la condición social de la mujer española ante la censura moral; en un último escalón en el presente, tenemos a Beatriz Alcaná, quien en su Teseo en llamas (2023, pero ambientada en 1950), toma de todos ellos los distintos ingredientes principales, esto es, pasión, psicología y moralidad, los remueve y les añade la especia que hará de la historia un insólito plato absolutamente novedoso: el terror.

Esta sustancia extra es tomada también de un recetario de mitos, pero en este caso de la tradición africana yoruba a través de su diáspora caribeña, concretamente en el pueblo desaparecido de los guanahatabey. Añade al estofado la figura, siempre atrayente, de los santeros, los chamanes que hacen de bisagra entre la vida y la muerte, traspasando su umbral en un camino de ida y vuelta. Qué acertada y oportuna resulta su comparación con Hermes psicopompo, el conector entre los dioses y los hombres de la cultura clásica, el que —literalmente— “acompaña a los muertos” al más allá.

Teseo en llamas se mueve principalmente en dos escenarios: uno interior, la casa del protagonista Pedro (ecos fonéticos de Teseo) y su esposa Fedra, adonde llega a trabajar como manceba la sobrina del primero, Berta (rima asonante con Fedra); y otro exterior, las maniguas cubanas, donde durante la Guerra de los Diez Años vivió el padre de Pedro, Gabriel Egeo (Beatriz Alcaná no da puntada sin hilo en los nombres). En la primera estalla la trama clásica, en la segunda se encendió la mecha del terror; en el recorrido entre una y otra la llama arde tan esplendente, usando como acelerantes los conceptos de “curiosidad”, “pasión” e hybris (soberbia, creerse superior no sólo a los hombres, sino a los dioses o a la naturaleza), que uno diría que toda la obra es idea original de la autora, sin estar basada en ningún relato mitológico u obra de teatro a partir de él. El truco, expuesto ante tus ojos, te ha dejado atónito, literalmente; esta mañana mientras desayunaba, al llegar a la página … yo me quedé ojiplático y mi café frío.

Beatriz Alcaná logra el punto perfecto de su cocido alterando las cantidades de los elementos con los que juega: es muy ingenioso el cambio que les da a los personajes del mito, sobre todo a Hipólito, y lo bien que entiende a Fedra; asombra el doble juego especular de acercamientos entre padre y madrastra con sobrina e hijo: aquí adelanta a Racine y Unamuno por la derecha. Innova en la receta: cielo santo, la aparición de los libros del Marqués de Sade y la literatura como mostrador de sentimientos es para quitarse el cráneo ¡fuera las tablillas! Deslumbra con el uso de una olla nueva: ese desván y esa habitación donde todo ocurre en el pasado y todo pesa en el presente (Nota bene2: no conviene decir nada de la trama; concédaseme únicamente que cierta escena me recuerda tanto a cierto relato de Edgar Allan Poe (pero mejor escrito) como a otro de Marjorie Bowen (pero más impactante), pero callemos, no sea castigada nuestra curiosidad como la de la protagonista —Beatriz, ¿es posible también cierta inspiración de Apuleyo y su El asno de oro en esa curiositas de Berta?— y acabemos víctimas de la hybris y la pasión). Y, por último, lo que me parece el mayor acierto en esta receta, el modo en que remueve el caldo: en el mito original los elementos principales son, nombrémoslos otra vez, la pasión incontenible y la soberbia; la una dando justificación a la otra desencadena el castigo. En Teseo en llamas la pasión surge en la casa (el escenario clásico), pero la hybris nace en Cuba (el escenario santero); la apropiación de un elemento tan característico de la tragedia griega para trasladarlo a un entorno nuevo, pero donde encaja a la perfección, por fuerza ha de recordarnos —mutatis mutandis— al Moderno Prometeo de Mary Shelley.

Todo en él la molestaba. Cómo se movía, cómo caminaba, cómo sonreía, como la miraba… La miraba con soberbia. No decía nada. Tampoco hacía falta. Ya hablaban sus ojos por él. Y lo hacían en la lengua del diablo.

Beatriz Alcaná escribe como los dioses, no es tópica esta expresión ni baladí la comparación con Shelley. En su anterior obra, Echidna, su prosa, asentada, trabajada y dúctil, se vestía con los ropajes de los escritores de terror del siglo diecinueve en lengua inglesa; en Teseo en llamas se desprende de ellos y toma las estructuras, el vocabulario y la mentalidad de los escritores patrios de finales del XIX y primera mitad del XX: uno creería estar leyendo una novela de sociedad de los años treinta o un relato histórico de la década de 1890. ¿Cómo se logra esto sin dar sensación de ser una pátina, un exceso de colorante que disimule un plato deslavado? Pues cocinando a fuego lento, es decir, tras muchas lecturas, trabajo, esfuerzo y, sobre todo, pasión; pasión por lo que se cuenta y pasión por el hecho y los modos de contar; así el puchero queda equilibrado en sabores y textura.

 Beatriz Alcaná es una santera literaria que nos lleva de la mano al reino de los escritores que fueron y nos los trae al presente. Comience el ritual.

Y no hay nada peor que despertarse en medio de la madrugada. La mente se vuelve más débil entonces, somos vulnerables y los temores más infundados se nos presentan como si fueran realidades incontestables. Es ese el momento en el que nuestros temores aprovechan para hacernos hincar la rodilla. En mitad de la noche serían demasiado fuertes y yo acabaría por rendirles las ruinas de mi cordura.

Teseo en llamas es literatura clásica para los amantes del terror. Prepárense para el horror y la catarsis.

 

Información de la contraportada:

«En el otoño de un 1950 lluvioso y sombrío, Berta, una muchacha de diecinueve años, llega a Madrid para trabajar como manceba en la farmacia de un tío suyo al que no ve desde hace años. Lo hace tratando de escapar de un ambiente opresivo, pero lo que encontrará con esa nueva familia, de la que en realidad sabe muy poco, será aún más atroz.

Libros prohibidos, amores no correspondidos, secretos crueles, un crimen brutal, un primo díscolo del que nadie quiere hablar y una mujer atormentada que purga noche tras noche sus pecados más inconfesables aguardan a Berta en el desván de una casa en la que nunca debió entrar.

Beatriz Alcaná recoge el testigo de Mary Shelley, de Bram Stoker, de Oscar Wilde, y le imprime un aire de folletín gótico refinado que hará las delicias del lector y sus predecesores».

 

Datos técnicos:

Teseo en llamas. Beatriz Alcaná, 2023.

Editorial: Ediciones del Viento.

Ilustrador de portada: Fotografía de Cas Oorthuys, Calle Mayor, Madrid, Spain (1954-1956).

Diseño de la cubierta: Inés de la Peña.

Tapa blanda con solapas. 22x14 cms

Número de páginas: 274.

PVP: 20€.

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