A la caza del hombre del saco, de Richard Chizmar

 


Conocí, bueno, no, sentí el miedo, no como sensación repentina y punzante, sino como angustia que se te mete en los adentros y no te abandona, con una película no de terror, sino un telefilm de desapariciones de niños no resueltas. Lo único que recuerdo es la imagen de un niño pelirrojo con pecas y sonrisa desdentada en un bote de cartón de leche con las letras MISSING encima y la canción de Frankie Valli Can´t take my eyes off you (aunque yo la conocía más bien en su versión española del anuncio de la mayonesa Solís). Me costó olvidarlo, pero lo hice, hasta que vi el videoclip Runaway Train, de Soul Assylum. La razón: las imágenes de niños aún desaparecidos. Me volvió ese miedo punzante a que mi vida (y la de mis padres), rutinaria y feliz, se jodiera en cualquier momento y en cualquier lugar.

Fijaos cuánto me marcó, que empiezo de este modo la reseña de un libro que no va de desapariciones sin resolver ni de secuestros, sino de un asesino en serie —por tanto, su relación con aquella película es tangencial—, pero no me he dado cuenta de ello hasta que no terminado de escribir el primer párrafo.

A la caza del hombre del saco tiene sin embargo puntos temáticos con esa película: vidas perfectas de familias en suburbios de clase media, american way of life, destrozadas donde más duele: la pérdida de sus hijos.

Un estudiante universitario vuelve tras terminar sus estudios a su pequeño pueblo natal, Edgewood, en un verano donde la desaparición y el asesinato de tres adolescentes crea un clima de terror que afecta a toda su comunidad. El protagonista, obsesionado con el caso, lo investiga junto a una amiga periodista.

Pues vaya, qué original ¿no? Paciencia, lo curioso viene en las formas, no tanto en el contenido (aunque también). A la caza del hombre del saco resulta ser el caso ficticio más real que vayas a leer. Me explico: el protagonista es el propio autor del libro, Richard Chizmar, Edgewood es su propio pueblo natal, sus padres, sus vecinos y sus amigos aparecen tal cual en el libro. Ha traspasado todo su entorno al libro o, mejor dicho, ha llevado el asunto literario a su vida pasada, a sus recuerdos.

De tal modo que, como si fuese un documental, el libro se inicia con una narración aséptica y centrípeta: un repaso a la historia de Edgewood, a sus servicios y sus habitantes —el pueblo objetivo—, un vistazo a la familia, infancia y adolescencia del protagonista—el pueblo subjetivo—, y por último un zoom a sus vecinos, que pasa a primerísimo primer plano a Natasha Gallagher, la primera adolescente desaparecida y asesinada —el pueblo víctima—. Las fotos que aparecen al final del capítulo: pueblo, residencia de los Gallagher, adolescente (sonrisas, pelo rubio largo, pecas, inocencia) han terminado por hacerte entrar en este true crime. Eso sí, si te pones a investigar en internet sobre ello no encontrarás nada sobre este caso ¿cómo es posible? Es A real FALSE true crime.

Es un “caso real”, así que no encontrarás giros inesperados, elucubraciones agudísimas de detectives o complejas teorías, hallazgos alambicados que dan pistas a mentes privilegiadas que rebuscan en textos literarios, en el acervo cultural, etc. Todo es mucho más simple, necesita menos explicaciones, la navaja de Ockham, y, por tanto, mucho más terrorífico.

Abunda en este miedo el contraste entre la vida del pueblo y los hechos. Y en ello no es baladí la cita en mitad del libro a Ray Bradbury, el autor más lírico de la ciencia ficción y el terror (La feria de las tinieblas, todo queda dicho), pues el Richard Chizmar escritor en la cincuentena habla del Edgewood veraniego del Richard Chizmar de la veintena y, por tanto, está volviendo a sus recuerdos, preñados, como no puede ser de otro modo, de nostalgia, y, por tanto, pasados por el filtro resplandeciente de la juventud: familias perfectas, jóvenes radiantes, futuros prometedores, confianza, calles limpias, verdor en los jardines, brisas y cielos azulados. Lirismo.

En esa felicidad es donde más duro golpea la realidad: rapto, violencia, abuso, asesinato, exhibición. Los parques ya no son alegres, el cielo se ha oscurecido, la tormenta se acerca, las calles están desiertas, las sospechas, la paranoia y la agresividad se enrocan. Bradbury se ha convertido en Stephen King, el documental se ha convertido en terror, Chizmar toma del maestro la noción del Mal entre nosotros que eriza la piel de varios protagonistas.

Hay que valorar, y para mí es uno de los mayores logros de la novela, que Chizmar transita muy bien entre el relato periodístico y el terror, entre Zodiac e It, si lo preferís así, pero siempre tendiendo más a lo primero que a lo segundo. En consonancia con ello hay que valorar muy positivamente el trabajo en elección y edición de Dimensiones Ocultas (mis dieces, Roberto Carrasco y Cristóbal Olmedo): una novela “periodística” para una editorial centrada en el terror; la portada (a tus pies, Suspiria Vilchez), terrorífica; la maquetación del texto con amplios márgenes, puro periodismo; la traducción ajustada (magnífico, Javier Martos), lucidez periodística y oscuros terroríficos; las fotos en blanco y negro como escaneadas del papel, periodismo. Periodismo, sí, pero terrorífico.

Como punto final a esta reseña, me gustaría alabar el amplio epílogo del libro, que sucede treinta años después de los asesinatos y que da el testarazo definitivo a la idea de Chizmar: el terror real es el que proviene de nosotros, sin necesidad de ningún suceso o presencia extraña y, sobre todo, sin que suceda por una razón concreta. Qué buen final tiene esta novela.

Cuando terminen de leer A la caza del hombre del saco, no tengan dudas: es una caso absolutamente real.

 

Información de la contraportada:

«A la caza del hombre del saco es un libro realmente estremecedor; algo nuevo y emocionante. Una lectura compulsiva y aterradora… A la caza del hombre del saco logra lo que la crónica negra a menudo no es capaz de lograr: escalofríos y un desenlace satisfactorio». Stephen King.

«Maravilloso… un misterio espinoso con una resolución elegante y conmovedora… Una historia original y vertiginosa en su experta superposición de realidad y ficción… Un himno a la inocencia crecimiento». Catriona Ward.

Datos técnicos:

Chasing the Boogeyman. Richard Chizman, 2021.

Editorial: Dimensiones Ocultas, junio 2024.

Traductor: Javier Martos.

Ilustrador de portada: Suspiria Vilchez.

Tapa blanda con solapas: 15x21cms.

Número de páginas: 466.

PVP: 22€.

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