Trabajo sucio, de Larry Brown
Mañana. Habitación de un hospital
militar para veteranos. Dos camas. Una de ellas, a la derecha, junto a la
ventana, apenas es ocupada por el escaso metro que mide lo que queda del cuerpo
de un negro sin extremidades inferiores ni superiores y que lleva allí tumbado
veintidós años. La de la izquierda, vacía. Allí dejan el cuerpo de otro
veterano de Vietnam, su cara desfigurada y medio quemada por la metralla, un
trozo de la cual le provoca súbitos y constantes desfallecimientos. Su
propietario no sabe cómo ni porqué ha llegado allí.
Esta podría ser la acotación inicial de Trabajo
sucio, que bien podría funcionar como una obra de teatro que
respetara las tres reglas de las unidades aristotélicas: “lugar”, toda la obra
tiene lugar en esa habitación; “tiempo”, transcurre durante un único día (y su
noche); “acción”, de principio a fin lo único que tenemos es la charla entre
los dos pacientes, Braiden y Walter. Añadamos como similitud con el teatro
clásico que sólo aparecen tres personajes en escena: los dos protagonistas y,
en breves ocasiones, una enfermera. Toda la obra gira alrededor de ellos e in
absentia de sus familiares y pareja. Los lectores somos espectadores,
buscamos la catarsis que dudamos que ellos tengan.
Podría ser un drama teatral, sí, y muy
bueno, pero con ello se perdería la fuerza de los diálogos interiores de los
protagonistas y los pensamientos, sus fantasías y sus desvaríos. Larry Brown
escribe como hablaría nuestra mente si no estuviera regida por nuestra conciencia.
Dice todo lo que sabemos y sentimos, y luchamos por negar.
«Lo que uno quiere es vivir, ¿no? Y a
veces, para que uno viva otro tiene que morir. Pero entonces su vida no vale lo
mismo que la tuya, ¿estamos? Su vida vale menos que la tuya, ¿o no?»
El sinsentido de la guerra se nos ha
mostrado en muchas ocasiones, pero estos dos protagonistas no solo representan
la escoria; son dos personas que para la sociedad eran menos que nada antes del
conflicto, que durante él lo seguían siendo y, tras su regreso a casa, mucho
más aún. Vietnam no solo les jodió su pasado, sino que destroza su presente y les
niega un futuro. Si no hubiese sido Vietnam, hubiese sido el profundo Sur, su
pobreza y dificultades. El uno, Walter, recién llegado, ante el desconocimiento
de cómo ha llegado allí, tira de sus recuerdos de la guerra; el otro, Braiden,
tras pasar más de media vida impedido en la habitación, se refugia en sus
reflexiones, desvaríos e imaginaciones del presente (estas escenas son impagables).
En ese ahora y antes, ambos se identifican y se repudian, aun siendo
paulatinamente conscientes de que no habrá un después. Son gente que estuvo en
el lugar y momento equivocado, solo que estas dos coordenadas coinciden con
toda su vida, la vida equivocada.
«¿Y piensas que tú tienes problemas? No tienes ni puta
idea de lo que es tener problemas. Problemas tienes cuando estás tirado en un
campo de arroz y sabes que te han volado los brazos y las piernas y que van a
derribar el helicóptero antes de que puedan acercarse a recogerte. Problemas
tienes cuando te recogen y ya no mides ni un metro. Los de mi tropa de asalto
pensaron en dejarme ahí tirado para que me muriera desangrado. Porque sabían
que se vivía iba a acabar así sabían que me pasaría así tumbado ni se sabe
cuántos años. Todos, hasta el último, vinieron a verme. Y todos dijeron lo
mismo ¿Sabes qué?
»Ojalá tuviésemos dejado allí, Braiden.
»Tú me has sido enviado, Walter. Me has sido enviado y
no se me va a negar».
Dos pedazos que no pueden más que creerse
el uno mejor estando cada uno en peores circunstancias que el otro.
«No quería pensar en él cuando cruzara la puerta para
largarme de aquí. No quería mirar atrás y verle ahí tendido observando cómo me
iba. Quería volver a casa y ponerme a ver mis películas y a leer mis libros y
nunca volver a ver ni a hablar con alguien como él porque él era lo que yo
había tenido que vivir, él era por lo que había tenido que pasar, lo que atravesaba
mis pesadillas cada noche».
Todo un día con su
noche de charlas y silencio, cervezas y marihuana, oír respuestas que no
quieres a preguntas que haces y hablar de cosas que no deseas. Nada puede cambiar
hasta que llegua uno de los finales menos fácil, más coherente y hermoso que he
leído. Entonces el que siente que no tienes nada eres tú y reconoces en estos
dos deshechos su dignidad.
Solo dos frases más.
Ponte a Lead Belly en el tocadiscos y lee Trabajo sucio.
Información de la contraportada:
“Trabajo sucio (1989) es la
primera novela de Larry Brown, la historia de dos hombres, dos extraños, uno
negro y otro blanco. Ambos nacieron y se criaron en los duros campos de
Mississippi. Ambos combatieron en Vietnam y ambos regresaron a casa de milagro
heridos de gravedad. Hoy, veintidós años después del retiro de las tropas, los
dos hombres, o lo que queda de ellos, ocupan camas adyacentes de un remoto
hospital de veteranos. Cuentan con un buen alijo oculto de cervezas y marihuana
y, a lo largo de toda una jornada, se dedican a rememorar sus dolorosas
experiencias. Hasta bien entrada la noche van revelándose sus miedos, sus
cicatrices y sus sueños, y fantasean sobre lo que les deparará el futuro. En el
proceso cada uno se verá irrevocablemente tocado y transformado por la vida del
otro.
Con asombrosa clarividencia, humor y coraje, Larry Brown escribe
sobre el triunfo de la compasión y la ternura en medio del horror y los
despojos de la guerra.
«Jamás ha existido una
novela antibélica del calibre de Trabajo sucio de Larry Brown» The New York Times.
«Un desgarrador cruce
entre Alguien voló sobre el nido del cuco y Johnny cogió su fusil» The Cleveland Plain Dealer.”
Datos técnicos:
Dirty Work. Larry Brown, 1989.
Editorial: Dirty Works, junio 2015.
Traductor: Javier Lucini.
Ilustrador de portada: Iban Sainz Jaio.
Diseño de la cubierta: Rosa van Wyk y Nacho Reig.
Tapa blanda con solapas. 21x14 cms
Número de páginas: 240.
PVP: 21,50€.
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