Blackwater (III): La casa, de Michael McDowell

 


Ojo, La casa no se empieza a leer por la primera página. Ya estamos acostumbrados, a golpe de quincena, a las pistas que nos ofrecen las cubiertas de Blackwater (gracias Blackie Books, alabanzas a Pedro Oyarbide); así ocurrió con La riada y El dique. Por tanto, me contemplo su tono oscuro y dorado, me detengo en las ventanas de la casa haciéndose añicos, las cenefas que la encuadran, formadas por balas y calaveras y con cuatro rostros femeninos en sus ángulos; a su vez, dos monedas encabezan la contraportada y debajo, un esqueleto enterrado y el río Perdido, cuya corriente forma la sombra de otra enorme calavera, rodean la sinopsis. Sonrío, porque recuerdo la frase final del libro anterior, El dique, e intuyo por dónde van a ir los tiros.

Ahora sí, uno está en disposición de abrir el libro: comienzo el primer capítulo y me detengo; ahora, porque recuerdo otra constante de las dos primeras partes: una narración pausada, decimonónica, que fluye con parsimonia entre conversaciones, descripciones, narración soleada y, ¡zas!, dos fogonazos de acción o terror. Vuelvo a sonreír: a ver en qué parte del libro me sorprenden.

Ay, lo confieso, en esto último me ha pillado McDowell. Ya sea porque los personajes están ya presentados y sobre el terreno de juego, ya porque estamos en mitad de la saga, La casa se diferencia de los dos anteriores en que es, ya nos lo avisaba la portada, mucho más sombría que las dos anteriores, y también menos parsimoniosa, concediendo mayor terreno e importancia a la acción y al terror; otra vez, quien avisa no es traidor. Es más, aquí incluso la tensión se desborda en las conversaciones engañosamente apacibles.

Sospechábamos no, sabíamos a ciencia cierta que el dique que debía contener las fuerzas antagónicas femeninas que dominan la saga resultaría insuficiente. En La Casa las aguas se empiezan a filtrar, y peones, ya lo intuíamos también, van camino de convertirse en damas: es el caso de Miriam, un personaje que, como la confluencia del Perdido y el Blackwater, va creciendo en energía y violencia con fuerza centrípeta, y de Sister, a la que la casa materna atrae con semejante fortaleza.

Pero no únicamente son ciertos personajes que estaban ya ahí los que cobran protagonismo, también en este caso un paisaje acostumbrado sale realzado. Si El dique se centraba más en el pueblo, ahora el río toma una importancia mayor (aún) y, a lo largo de él, surge la escena más lírica, onírica y gótica sureña de lo que llevamos hasta ahora. Me ha llevado, como no podía ser de otro modo al paseo en barca de los niños de La noche del cazador (Charles Laughton, 1955) o bien podría haber sido escrita por Mark Twain con Huckleberry Finn y Jim haciendo las veces de Grace y Frances.

Vio un rostro que rompía lentamente la superficie del agua, un rostro ancho y de color verde pálido, con ojos saltones y sin nariz. A pesar del horror, había algo en aquel rostro que le resultaba familiar.

Un último apunte: los personajes masculinos siguen estando muy a la sombra de los femeninos; en este sentido, la tercera generación de los Caskey, Grace y, sobre todo, las hermanas Frances y Miriam, promete tener mucho que contar en esta historia y el título de la siguiente entrega, La guerra, promete aclararnos si sí o si no. En esta ginecocracia nunca estaremos seguros de nada. McDowell gratias.

 

Información de la contraportada:

Perdido, 1928. El clan Caskey se desmorona con la cruenta guerra personal entre Mary-Love y Elinor. En los recovecos del caserón donde viven Elinor y Oscar se esconden crisis conyugales y existenciales con repercusiones que desafían la imaginación, mientras los peores recuerdos, aquellos que uno se esfuerza por mantener ocultos, acechan para tejer sus mortíferas redes y salir a flote.

Datos técnicos:

Blackwater: La casa (Blackwater: The House). Michael McDowell, 1983.

Editorial: Blackie Books, 2024.

Traductor: Carles Andreu.

Ilustrador de portada: Pedro Oyarbide & Monsieur Toussaint Louverture.

Tapa blanda. 11 x 16,3cms

Número de páginas: 272.

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